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También esta predominancia de la dimensión espacial con que «se hace visible el reino de las sombras»13, resulta dominante en el análisis que Kant, medio siglo antes, realizara de Emanuel Swedenborg en Los sueños de un visionario (1766), sin duda su libro más curioso y punto de partida de su filosofía crítica. Kant, que compartió parte del siglo con Pinel, se vio obligado a estudiar la locura para examinar los límites de la razón, rectificando así la exclusión de Descartes —analizada por Foucault— que no consideraba la locura ni siquiera como un engaño de la razón. En su estudio del «archivisionario de todos los visionarios», capaz de mantener relación directa con los espíritus y las almas, es significativo que Kant dudara entre encontrar similitudes de la metafísica con la obra del autor sueco —«tan sorprendentemente semejante a mis quimeras filosóficas»14—, o despacharle «rápida y definitivamente a la enfermería»15. En cualquier caso, su concepción del lenguaje relativo a estas experiencias sigue siendo la tradicional: «El lenguaje de los espíritus consiste en una comunicación inmediata de las ideas, pero siempre va unido a la apariencia de aquel lenguaje que habla en las restantes ocasiones y es concebido como exterior a él»16.