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Pero el auge del alienismo no consiguió rebasar la primera mitad del siglo XIX, orillado paulatinamente por el empuje de la ciencia psiquiátrica y la psicología experimental. Desde las primeras descripciones y teorías de Esquirol sobre las alucinaciones, hasta que un siglo después las visiones de la fragmentación subjetiva comenzaran a formularse con los nombres de «esquizofrenia» (Bleuler), «automatismo mental» (Clérambault) o «locuras discordantes» (Chaslin), se suceden algunos hitos psicopatológicos cuya lógica puede precisarse en torno a tres procesos paralelos y dependientes. En primer lugar, se advierte un desplazamiento del interés por el ámbito visual hacia el verbal y el auditivo. En segundo lugar, los fenómenos alucinatorios ruidosos, exteriores y sonoros cederán su protagonismo a ese enjambre de pequeños signos xenopáticos que nombran la atomización radical de la identidad. Por último, y como resultado de los dos anteriores, la fascinación suscitada entre los psicopatólogos por las relaciones entre las alucinaciones y el lenguaje, encontrará los más cabales fundamentos explicativos en la obra de Freud, la cual se afirma desde el principio en la relación consustancial que une el lenguaje y la subjetividad.

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