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El VHS termina ahí.

Variaciones de color

Aprendí a escribir dibujando. Se trataba de inventar, a lápiz, pero regularmente con colores, un lenguaje. Tal vez ni siquiera quería comunicar algo; me gustaba copiar palabras, ir coleccionando figuras. Tenía un poco de dislexia y al escribir omitía vocales, las cambiaba de lugar, les inventaba otro significado: cuando escribía conejo quería decir vida; cuando escribía pez quería decir mar; cuando tiburón, dientes; cuando dibujaba mi nombre quería decir me siento feliz, o me siento triste, todo dependía del color con el que lo escribía.


En algún momento la escritura se comenzó a asociar con la escuela y las tareas, con cierta repetición y la memorización de datos para exámenes. Entonces el dibujo se volvió la manera de saltear ese rigor. De poder fallar, equivocarme y borrar sin que me importara alguna calificación.

A mediados de los noventa mis compañeros de primaria comenzaron, uno a uno, a usar portaminas. Después cambiaron a plumas, mientras yo seguía usando lápices y colores. Terco en no dejarlos, afilaba y afilaba y veía cómo las marcas de mis dientes en ellos eran devoradas por el sacapuntas. Nunca me ha gustado tirar lápices ni colores; me gusta conservarlos como el resultado de todas las veces que fueron reducidos, que yo me reduje con ellos, para seguir escribiendo.

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