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La interpretación marxista de la sociedad se refiere siempre a una totalidad, de ahí el craso error de desgajar lo económico de esta totalidad compleja o de afirmar que es en él donde radica la explicación del resto de fenómenos sociales. De acuerdo con lo dicho, señala György Lukács (1971: 27), «el marxismo no reconoce la existencia de las ciencias independientes de la ley, la economía o la historia, etc.: no existe sino una única ciencia unificada ―dialéctica e histórica― de la evolución de la sociedad como una totalidad». A pesar de ello, a menudo encontramos un uso parcial, fragmentario ―y forzosamente incompleto― de la teoría, una visión reduccionista que consiste en arrojar la explicación de cualquier fenómeno hacia aquella última instancia de lo económico. En cambio, hemos de adoptar una perspectiva más amplia que comprenda, antes que nada, la dimensión social de conceptos como el capital o los modos de producción. Como advierte Michael Rosenthal (1978: 20), «el capital no es una cosa (como una cierta cantidad de dinero), sino una relación social. Una factoría se transforma sólo en “capital” cuando hay una clase capitalista y una clase trabajadora». El énfasis no se sitúa, por lo tanto, en el dinero como objeto o en los medios materiales como tecnología, sino en las relaciones que se producen entre los seres humanos en torno a esos medios. De ahí que Eduardo Grüner insista en que la «base económica» es, de por sí, una instancia mucho más compleja de lo que han querido ver los detractores de Karl Marx:


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