Читать книгу Transpersonalismo y decolonialidad. Espiritualidad, chamanismo y modernidad онлайн

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El conocimiento del paradigma moderno-mecanicista-racionalista se ha caracterizado por una conciencia cuya metáfora general era la máquina y el reloj, su confianza ilimitada en el “progreso”, donde la realidad es solo materia (unidimensional) y movimientos mecánicos, el ser humano una mente racional (al menos la “raza blanca” europea, no así los “salvajes y primitivos”, pueblos que debían ser colonizados); el mundo, una colección de objetos a ser clasificados y expuestos en museos, zoológicos y botánicos; la naturaleza, solo materia prima inerte, sujeta a ser extraída, “sometida”, dominada y conducida a la experimentación. La conciencia de la modernidad eurocéntrica (llevada al resto del planeta por una epistemología hegemónica y colonial) vivía la oposición sujeto/objeto. El Ser se divide en dos sustancias: pensante (humano-mente) y el mundo exterior (cuerpo y realidad “externa”). La meta es el análisis reduccionista, a partir de una perspectiva que se presume absolutamente neutral y “objetiva”, en la búsqueda de leyes predecibles en todos los órdenes de la vida. El utilitarismo capitalista como valor supremo de las sociedades lleva implícita la idea de una acumulación y explotación permanentes, y aunque en un breve período existió un bloque económico colectivista, en todas partes el sometimiento interno, la represión emocional, la adaptación al orden externo, verticalista y concentrado, la filosofía materialista, sumada al patriarcalismo, nos desconectó completamente de la naturaleza/inconsciente profundo (más adelante desarrollaremos este último concepto unificado). En un mundo regido por tales concepciones y metanarrativas en su ciencia, sus prácticas sociales, su ética, su psicología individual y grupal (Llamazares, 2011: 420), es razonable que los EAC fuesen rechazados como formas válidas de psicoterapia, como maneras de acceder a un conocimiento útil, efectivo o apropiado, como un modo de acceder a información sobre uno mismo, o sobre las propiedades de los reinos vegetal, animal y mineral, y mucho menos de religiosidad o espiritualidad legítima, correcta y valedera. A mediados del siglo XX y en lo que llevamos del XXI efectivamente ocurrieron muchos cambios epistemológicos, científicos, sociales y filosóficos que solo han golpeado la conciencia moderna. O, dicho de otro modo, las gigantescas transformaciones en el campo físico-biopsicológico-epistémico y en la revolución informática (experimento Aspen, la no localidad, la teoría de los sistemas y el caos, las psicologías profundas, etc.) no han llegado al sentido común de la gente –tal vez porque son quinientos años de modernidad contra solo cien de su quiebre–, y las viejas concepciones de “realismo”, “dualismo ontológico y gnoseológico”, “causalidad lineal”, los sistemas educativos e instituciones de un orden tecnoeconómico pasado, etc., siguen en pie. El sujeto posmoderno en realidad se mueve entre las viejas concepciones paradigmáticas y una deconstrucción en el vacío. Se critica la parcialización del conocimiento, pero siguen existiendo las facultades de medicina y de psicología cada una por su lado; se ostenta una falsa espiritualidad new age, al mismo tiempo que alternativamente, o simultáneamente incluso, se niega la dimensión espiritual, en una especie de escepticismo selectivo. El sujeto posmoderno narcisista, relativista y fragmentado se mueve entre el control y el descontrol, la indiferencia y el compromiso, la falta de fundamentos, el retorno a leyes fundamentalistas y una actitud abierta al orden holístico trascendente. Con tales niveles de contradicciones, neurosis y desequilibrios, aún se sospecha de los sistemas de sabiduría tradicionales basados en normados EAC, o se los segmenta y profana convirtiéndolos en nuevas mercancías hedonistas, en “paquetes” que probablemente no sirvan ni para una auténtica transformación interior, ni como semilla de decolonización mental… aunque esto último también está ocurriendo en muchísima gente, a través de experiencias llevadas a cabo de acuerdo con las mejores normativas tradicionales indígenas (y las occidentales de adaptación adecuadas), con un correcto ceremonial (predisposición y contexto) y una dosis de cierto sano misterio (psicológicamente competente)… y eso es algo que debemos celebrar. No estamos ajenos a las consecuencias negativas promovidas por el amplio movimiento de los EAC en el Occidente globalizado posmoderno, y tampoco a las cuestiones legales, pero este no es el libro para tratar esos tópicos. Ya sabemos de sobra que los enteógenos, así como cualquier otra técnica transpersonalista (meditación, temascal, cultivo de sueños lúcidos, ayunos, constelaciones familiares), deben reservarse para personas íntegras y maduras –tanto “pacientes” y “experimentadores” como “guías”, “terapeutas” y “facilitadores” (incluidos los jóvenes representantes indígenas que visitan grandes urbes–,3 ya que su peor peligro es la alimentación del narcisismo, del ego, la fantasía romántica new age, la falta de integración de las experiencias, el sectarismo, la nociva promiscuidad psicodélica que rompe normativas indígenas, la expectativa posmoderna de resultados rápidos, una desrealización prolongada, obsesiones, abusos de falsos neochamanes y auténticos hechiceros originarios, y, en definitiva, no saber unir el cambio permanente que es la psiquis y la vida misma con la disciplina, la estabilidad y el orden que implican estas prácticas, y ello es justamente contra lo que deben luchar de forma prioritaria los espiritualmente inmaduros.

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