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Partiendo de esta premisa, el de inteligencia es un concepto relativo.

Además de lo que traemos en los genes y de las condiciones fisiológicas del cerebro, es difícil definirla sin considerar la capacidad de adaptación de una persona a diferentes ambientes.

Diversos factores contextuales pueden ser determinantes.

Sabemos, por ejemplo, que la falta de alimentación en la niñez altera el desarrollo neuronal y provoca la destrucción de entramados que no podrán ser recuperados a futuro.

Este proceso, conocido como “raquitización neuronal”, es resultado de la desnutrición infantil y es muy difícil de revertir.

Por otra parte, no se trata únicamente a la cultura, sino también a la habilidad para sortear los inconvenientes que se presenten en cada momento de la vida.

Hace pocos años, el psicólogo inglés Richard Lynn, de la Universidad del Ulster, en Irlanda del Norte, publicó su polémico libro Race Differences in Intelligence.

Entre sus conclusiones, señaló que los alemanes europeos eran las personas más inteligentes del planeta. Esto le valió una catarata de críticas.

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