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Eso sí, la realidad le obligó a cambiar esa visión optimista. Lo que George contaba en sus cartas, de corte más taciturno, y la visita a los hospitales lo conducen a escribir una poesía más abatida, evolución que es perceptible en los últimos poemas del libro. En sus inicios el libro, en la imaginación de Whitman, iba a cambiar la organización del ejército. Se convertiría en una institución democrática (30). No en vano el lenguaje que emplea y la apariencia general refuerzan la idea de igualitarismo y dan testimonio de coraje ante el sufrimiento del que fue testigo en los hospitales.

En 1863 se traslada a Washington. Allí se dedica a visitar los hospitales de la ciudad. Toma notas sobre lo que ve, que utilizará algunos años después para escribir Días ejemplares. Es en este momento cuando se percata de la distancia que hay entre civiles y soldados, tan grande que parece que vivieran en mundos aparte. Los reportajes que envía a los periódicos, los poemas que escribe, las cartas incluso que escribió para muchos de esos soldados hospitalizados, tienen el propósito de dar noticia del sufrimiento. Son, en cierto sentido, las cartas una sinécdoque. La pequeña parte del mundo en que vive termina por representar a toda la sociedad americana. El escritor, poeta reconocido en su país, se convierte en un amanuense durante la guerra (30-31).

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