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Allí conoció, como cuenta en Días ejemplares, a un buen número de soldados. Según estimaciones del propio poeta, hizo unas seiscientas visitas a hospitales de campaña y urbanos, y en ellos vio a entre ochenta mil y cien mil soldados heridos o enfermos (Lisk 115). Puede parecer extraño que Whitman tuviese acceso. Por aquel entonces, la profesión de enfermera no estaba tan profesionalizada como ahora, lo que no es óbice para que en Gran Bretaña hubiese personas como Florence Nightingale. En general, sin embargo, tanto en el norte como en el sur de los Estados Unidos, el número de voluntarias que realizaban labores de enfermería era muy alto. Muchas no aguantaban el trabajo y lo abandonaban a los pocos días; otras muchas se dedicaban sobre todo a labores de limpieza. Aun así, en el sur, muchas formaron parte del servicio médico oficial del ejército. Al final de la guerra, un halo de gloria por la causa perdida adornó su labor. Hubo también quien no estuvo en un hospital pero trabajó para organizar toda la ayuda destinada a los soldados o tuvo algún cargo en alguna de las sociedades que proporcionaban algún tipo de ayuda: dinero, enseres, servicios, entre otros, a los soldados heridos o enfermos y a sus familias (McPherson 477-480; Sheeny 555-563).

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