Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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Había llegado a Madrid doce años antes con una maleta repleta de sueños teñidos de ambición que arrastré desde el País Vasco. La gran urbe no tardó en cautivarme y me sumé al frenético ritmo que se respiraba en sus calles sin apenas darme cuenta. Era una cadencia muy distinta al pulso habitual del valle en el que nací, un entorno natural de verdes prados y caseríos situado a las puertas del Parque Natural de Aralar, una de las áreas montañosas más importantes de la provincia de Gipuzkoa. Mis raíces seguían latentes a los pies de la sierra, en un pueblecito llamado Lazkao, mientras me perdía a cientos de kilómetros de allí entre la multitud de una ciudad que me resultaba extrañamente acogedora. Ambas realidades, a pesar de ser muy distintas, se conjugaban en perfecta armonía dentro de mí.

La capital que Joaquín Sabina retrató como «invivible pero insustituible» se me antojaba llena de promesas para dar rienda suelta a mis ilusiones y un buen punto de partida para ampliar mis horizontes como periodista. Pero, como cualquier cambio que se precie, también requería ciertos sacrificios. Tuve que renunciar a mi puesto como locutora en una emisora de radio en el País Vasco para emprender un nuevo camino que orientara mis pasos hacia el mundo de la televisión. Siempre había aspirado a ejercer mi profesión delante de las cámaras y «allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir y el sol es una estufa de butano» encontré un máster que podría servirme de catapulta, uno de los primeros enfocados al periodismo televisivo.

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