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—¡Oh Sócrates!, ¿cómo has librado en la batalla?
Poco antes de mi partida del ejército había tenido lugar un combate bajo los muros de Potidea, y acababan de tener la noticia.
—Como ves —le respondí.
—Nos han contado —replicó— que el combate había sido de los más empeñados, y que habían perecido en él muchos conocidos.
—Os han dicho la verdad.
—¿Asististe a la acción?
—Allí estuve.
—Ven a sentarte —dijo—, y haznos la historia de ella, porque ignoramos completamente los detalles.
En el acto, llevándome consigo, me hizo sentar al lado de Critias, hijo de Calescro. Me senté, saludé a Critias y a los demás, y procuré satisfacer su curiosidad sobre el ejército, teniendo que responder a mil preguntas.
Terminada esta conversación, les pregunté a mi vez qué era de la filosofía, y si entre los jóvenes se habían distinguido algunos por su saber o su belleza, o por ambas cosas. Entonces Critias, dirigiendo sus miradas hacia la puerta y viendo entrar algunos jóvenes en tono de broma, y detrás un enjambre de ellos: