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Entonces Querefón, interpelándome, dijo:

—¿Qué te parece de este joven, Sócrates? ¿No tiene hermosa fisonomía?

—Muy hermosa —respondí yo.

—Sin embargo —replicó él—, si se despojase de sus vestidos, no te fijarías en su fisonomía; tan bellas son en general las formas de su cuerpo.

Todos repitieron las palabras de Querefón.

—¡Por Heracles! —dije yo entonces—, me habláis de un hombre irresistible, si por encima de todo esto posee una cosa muy pequeña.

—¿Cuál es? —dijo Critias.

—Que la naturaleza —repliqué yo—, le haya tratado con la misma generosidad respecto del alma; y creo que así sucederá, puesto que este joven es de tu familia.

—Pues tiene un alma muy bella y muy buena, me respondió.

—¿Y por qué —repliqué yo—, no pondremos primero en evidencia su alma, y no la contemplaremos antes que su cuerpo? En la edad en que se halla, ¿está en posición de sostener dignamente una conversación?

—Perfectamente —dijo Critias—, porque ha nacido filósofo; y si hemos de creer a él y a todos los demás, es también poeta.

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