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LAQUES. —Si bien tengo materia para responderte, no lo hago por temor de que me acuses de ser un verdadero exonio[7].

SÓCRATES. —¡Ah! No digas eso, te lo suplico, Laques; se ve claramente que no te has apercibido de que Nicias ha aprendido estas bellas cosas de nuestro amigo Damón, y que Damón es el íntimo de Pródico, el más hábil de todos los sofistas para esta especie de distinciones.

LAQUES. —¡Oh!, Sócrates, sienta bien en un sofista hacer vana ostentación de sus sutilezas, pero no en un hombre como Nicias, que los atenienses han escogido para ponerle a la cabeza de la república.

SÓCRATES. —Mi querido Laques, sienta bien en un hombre, a quien se le han encomendado tan graves negocios de gobierno, el trabajar para hacerse más hábil que los demás. He ahí por lo que me parece que Nicias merece algún miramiento, y que, por lo menos, es preciso examinar las razones que tiene para definir el valor como lo hace.

LAQUES. —Examínalas, pues, cuanto te plazca, Sócrates.

SÓCRATES. —Es lo que voy a hacer; pero no pienses que te voy a echar fuera; tendrás una parte en mi discurso. Fija bien tu atención, y ten en cuenta lo que voy a decir.

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