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HIPIAS. —No, ¡por Zeus!, Sócrates.

SÓCRATES. —Qué, ¿ganaste allí poco?

HIPIAS. —Nada, absolutamente nada.

SÓCRATES. —Verdaderamente lo que me dices me sorprende mucho; pero dime, Hipias, ¿tu sabiduría no hace más virtuosos a los que conversan y aprenden contigo?

HIPIAS. —Sí, en verdad.

SÓCRATES. —¿Y eras tú menos capaz de inspirar la virtud a los jóvenes lacedemonios que a los de la aldea de Ínico?

HIPIAS. —De ninguna manera.

SÓCRATES. —¿Quizá los jóvenes en Sicilia tienen más cariño a la virtud que los de Lacedemonia?

HIPIAS. —Todo lo contrario, Sócrates; los jóvenes de Lacedemonia son apasionados por la virtud.

SÓCRATES. —¿Será quizá la falta de dinero la que les haya privado de recibir tus lecciones?

HIPIAS. —No, porque son bastante ricos.

SÓCRATES. —Puesto que aman la sabiduría, tienen dinero, y tú puedes serles útil ¿de dónde procede que no has venido lleno de dinero de Lacedemonia? ¿Quieres que digamos que los lacedemonios instruyen mejor a sus hijos que podrías tú hacerlo?, ¿es este tu dictamen?

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