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PROTARCO. —¿Hablas, Sócrates, del precepto conócete a ti mismo?
SÓCRATES. —Sí; y es evidente, que la inscripción diría lo contrario si dijera: no te conozcas en manera alguna.
PROTARCO. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Procura, Protarco, dividir esto en tres.
PROTARCO. —¿Cómo? Temo no poder hacerlo.
SÓCRATES. —Es decir, que quieres que yo haga esta división.
PROTARCO. —No solo lo quiero, sino que te lo suplico.
SÓCRATES. —¿No es indispensable, que los que no se conocen a sí mismos, estén en tal ignorancia con relación a una de estas tres cosas?
PROTARCO. —¿Qué cosas?
SÓCRATES. —En primer lugar, con relación a las riquezas, imaginándose ser más ricos que lo que son en realidad.
PROTARCO. —Muchos son los atacados de esta enfermedad.
SÓCRATES. —Hay también otros, que se creen más grandes y más bellos que lo que son realmente, y que se consideran dotados de todas las cualidades del cuerpo en un grado superior a la verdad.
PROTARCO. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Pero el mayor número, a mi parecer, es el de los que se engañan respecto a las cualidades del alma, imaginándose que son mejores que lo que son. Ésta es la tercera especie de ignorancia.