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PROTARCO. —Muy bien dicho. Pero no descubro en esto la mezcla del placer y del dolor.
SÓCRATES. —Empieza antes por penetrar la naturaleza de la envidia.
PROTARCO. —Explícamela.
SÓCRATES. —¿No hay dolores y placeres injustos?
PROTARCO. —No puede negarse.
SÓCRATES. —No hay injusticia, ni envidia, en regocijarse con el mal de sus enemigos. ¿No es así?
PROTARCO. —No la hay.
SÓCRATES. —Pero cuando uno es testigo a veces de los males de sus amigos, ¿no es uno injusto al no afligirse, y más aún al regocijarse?
PROTARCO. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿No hemos dicho que la ignorancia es un mal, dondequiera que se encuentre?
PROTARCO. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Y que con relación a la falsa opinión que nuestros amigos se formen de su sabiduría, de su belleza y demás cualidades de que hemos hablado, distinguiéndolas en tres especies, y añadiendo que en tales situaciones el ridículo se halla donde se encuentra la debilidad, y lo odioso donde se encuentra la fuerza, ¿no confesaremos, como dije antes, que esta disposición de nuestros amigos, cuando no daña a nadie, es ridícula?