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PROTARCO. —Sí.
SÓCRATES. —¿No convinimos igualmente, en que, en tanto que ignorancia, es aquella un mal?
PROTARCO. —Sin duda.
SÓCRATES. —Cuando nos reímos de semejante ignorancia, ¿estamos gozosos o afligidos?
PROTARCO. —Es evidente que estamos gozosos.
SÓCRATES. —¿No hemos dicho que la envidia es la que produce en nosotros este sentimiento de alegría, en presencia de los males de nuestros amigos?
PROTARCO. —Necesariamente.
SÓCRATES. —De esta reflexión resulta que cuando nos reímos de la parte ridícula de nuestros amigos, mezclamos el placer con la envidia, y, por consiguiente, el placer con el dolor, puesto que ya hemos reconocido que la envidia es un dolor del alma, el reír un placer, y que estas dos cosas se encuentran juntas en tal caso.
PROTARCO. —Es cierto.
SÓCRATES. —Esto nos hace conocer que en las lamentaciones y tragedias, no solo del teatro, sino en la tragedia y comedia de la vida humana, el placer va mezclado con el dolor, así como en otras muchas cosas.
PROTARCO. —Es imposible dejar de convenir en ello, Sócrates, por más que se quiera sostener lo contrario.