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La panorámica general de resultados ha consolidado varias líneas de reflexión. Es evidente el éxito que ha tenido finalmente el concepto Rutas de la Seda, denominación creada por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen en su libro China, publicado en Berlín en 1877, con vistas a definir una red de caminos que a partir del siglo II a. C. surcaron Eurasia desde Oriente a Occidente para la exportación de sedas y otros productos. Los primeros ensayos de confección de tejidos de seda se documentan muchísimo antes, allá por el año 2750 a. C. Sin embargo, hasta el siglo I a. C. la importación de sedas no llegó al Imperio romano y, cuando lo hizo, se dijo que procedía de un país misterioso del Extremo Oriente llamado Sérica. Los primeros detalles sobre estas rutas los proporciona Ptolomeo en el siglo II d. C. pero hubo que esperar hasta el siglo VI para que se consolidase la primera producción industrial autóctona de seda en Occidente, concretamente en Constantinopla en tiempos del emperador Justiniano. Tras la conquista de Persia por los musulmanes a mediados del siglo VII estos controlaron la ruta de la seda y, al extender después su dominio sobre el norte de África y la península Ibérica, difundieron ese saber técnico hacia el Mediterráneo occidental. Al-Ándalus, la península Ibérica en poder del islam, fue la primera región del continente europeo en la que se identifica la cría del gusano de seda de forma masiva. Desde aquel entonces la seda fue además una industria presente en varias partes de Europa. Cuando los reyes cristianos conquistaron los territorios musulmanes peninsulares, aprovecharon la herencia recibida del arte de la seda y, por medio de artesanos mudéjares y judíos, encargaron la confección de vestiduras y telas ricas tanto para la liturgia cristiana como para su propia indumentaria y adornos en cortes y palacios, hábitos que tiempo después se extendieron entre la burguesía.

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