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Es verdad que algunas «representaciones» son muy esquemáticas, pero solo se necesitan unas pocas características visuales de la entidad representada para que se produzcan abducciones del índice relativas a la apariencia –en una forma mucho más específica– de tal entidad. El «reconocimiento» a partir de señales muy poco concretas es una parte bien estudiada del proceso de percepción visual. Cabe destacar que «muy poco concretas» no equivale a «en absoluto concretas» ni a «puramente convencionales».

Solo podemos hablar de la representación en el arte visual cuando existe un parecido que provoca un reconocimiento. Tal vez necesitemos que nos digan que tal índice es una representación icónica de un tema pictórico particular, y puede que el «reconocimiento» no se dé espontáneamente, pero, una vez se ha proporcionado la información necesaria, las señales visuales han de estar presentes; de lo contrario, no tendrá lugar el reconocimiento.

Además, existen índices que se refieren a otras entidades –por ejemplo, dioses, de nuevo– que a) son visibles, pero que b) no propician abducciones sobre su apariencia, pues no poseen señales a partir de las que realizar el reconocimiento visual. A veces una piedra «representa» a un dios, pero este no se «parece» a la piedra a ojos de nadie, creyente o no creyente. La antropología del arte ha de tener en cuenta esos ejemplos de representación «anicónica» al igual que considera los casos que presentan señales visuales más o menos aparentes relativas a la entidad representada. Se pueden hallar muchas formas de «representación», de las cuales solo una es la de forma visual. Dicho de manera aproximada, la imagen anicónica del dios en la forma de una piedra es un índice de su presencia espacio-temporal, no de su aspecto. Sin embargo, en este caso, el lugar espacial de la piedra no se asocia «arbitraria» o «convencionalmente» al del dios. La piedra funciona como «signo natural» del lugar del dios al igual que el humo es un signo natural del lugar espacial del fuego.

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