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Pienso en un caso puntal en nuestras unidades en Sabaneta, cuando llegó a nuestra recepción una de nuestras usuarias y tenía a un hijo infante en cada mano, niño y niña. Yo le pregunté: ¿por qué no has vuelto al gimnasio? y ella me respondió: “Juan, ¡pereza!”. En ese instante los niños se soltaron de sus manos y salieron a jugar. Recuerdo este caso porque yo estaba en un camino de unión con la vida y el universo llamado yoga. El Nazareno lo manifestó: “Primero fue el verbo”. Cuando los niños se soltaron, le comenté a la señora: “Con todo respeto, usted dijo delante de sus hijos que le da pereza venir a hacer ejercicio. Cuando los niños vayan creciendo y les digas que deben hacer la tarea, o ayudar en algo en casa, ellos te responderán: ‘Tengo pereza’. Inmediatamente vas a decir: ‘lo qué están enseñando en el colegio’, sin percatarte de que fuiste tú quien les brindó esa información. Recuerda, los niños pequeños solamente sonríen por emular al papá o la mamá, ellos aún no saben qué es la sonrisa”. La señora me comprendió de manera imediata y se disculpó, dijo: “Uno no se da ni cuenta de lo que dice delante de estos muchachos”. Los errores de nuestros hijos son los fracasos de uno como padre.

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