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3. Es posible también que el maestro de obras tenga a sus órdenes, además de los artesanos pertenecientes a los diversos oficios, verdaderos artistas: escultores, pintores, paisajistas, incluso poetas, como P. Valéry en el Palais de Chaillot; al igual que sucede con el director de escena respecto a pintores o músicos. Se trata así de una colaboración para un «Gesamtkunstwerk», en la que los artistas no se ven reducidos a puros ejecutantes de unos ciertos roles.

4. Por ello el actor improvisa siempre; todas las representaciones no sirven más que para ponerle en estado de poder improvisar realmente, lo cual desde luego no es nada fácil.

5. «Las notas de interpretación escénica que podemos atribuir a Molière con certeza son muy escasas y todas ellas exigidas por la misma acción», cita de Dullin (L’avare, colección «Mise en scène», p. 11), lo que muestra claramente cómo la puesta en escena está llena de tradiciones, hoy quizá obsoletas y vacías de sentido, y cómo, en la interpretación misma de un personaje principal como Harpagón, la tradición se conforma y se deshace por sí misma según el espíritu de cada época, como lo atestigua, a falta de datos más exactos, la iconografía.

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