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5. Volveremos más tarde sobre ello. Notemos sin embargo la diferencia con cierto tipo de oratoria que no produce obras artísticas, en la que la entonación y los gestos quieren convencer y a veces pretenden desencadenar pasiones, tomando al espectador como parte involucrada y no como testigo. El actor verdadero, por el contrario, no declama, sino que representa: se trata de una especie de juego.

6. «La estética del drama», Journal de psychologie, enero 1932.

7. Estética, III, p. 210. (Versiones castellanas de la Estética de Hegel: ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1954 y ed. Jorro, Madrid; versiones parciales también en Península, Espasa Calpe, La Pléyade.)

8. Siguiendo esta idea, se llega a decir que la novela, a pesar del oficio y de la capacidad creadora que supone, no es exactamente un arte porque lo sensible se ve en ella escamoteado o subordinado. Pero existe otro aspecto de la lectura de la novela que Sartre ha indicado muy bien (L’imaginaire, pp. 87 y ss.): no se lee una novela como si se tratase de un libro cualquiera porque el saber, del significante, se transforma en imaginante; la palabra no es pues solo una herramienta, portador neutro de sentido, sino que es «representante», y esta carga le confiere una cierta densidad y una cierta personalidad. (A lo que podría añadirse una cierta carga afectiva, de la que Sartre no nos hace ningún análisis y deja a un lado.) La novela es, pues, a pesar de todo, una obra de arte, pero muy particular, dado que, en lugar de hacer aparecer el sentido en lo sensible, lo da abstractamente, aunque se esfuerza en «realizarlo» en imágenes sugiriendo al lector, no como ocurre con el espectador de un teatro virtual, que se identifique con el personaje principal y se asocie a sus percepciones, siendo cómplice de sus actos. Pero esta contribución de la imaginación no es equivalente a una ejecución. (Versión castellana: Lo imaginario, editada en Losada, Buenos Aires.)

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