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Este trabajo que va desde el boceto a la obra, por una serie de felices o desastrosas casualidades, de retoques y de revisiones, no puede compararse al quehacer del actor y del instrumentista. También ellos dudan, ensayan, progresan a lo largo de repeticiones distintas, también trabajan desde luego, pero para realizar un modelo y no para sacar algo de la nada. Por el contrario, si la ejecución difiere de la labor del creador, sus efectos sí que son comparables: si el artista no necesita al especialista es porque ocupa su lugar. Lo que el albañil hace con su palustre bajo las órdenes del arquitecto, el pintor lo hace él mismo con sus pinceles sobre el cuadro. Creando la obra, la ubica a la vez en una existencia total y definitiva; solo le faltará la mirada del receptor para convertirse en objeto estético. No hay aquí un sistema de signos para la obra, que le permitiera aguardar el momento de la ejecución, lo sensible se produce de una vez por todas, se fija, como diría un pintor, sobre el lienzo o se petrifica en la piedra. En cualquier caso, lo sensible es de hecho la materia misma de la obra: así la pintura está hecha con colores, la música con sonidos, la poesía o el teatro con palabras que deben pronunciarse, la danza con movimientos que deben realizarse. Pero aquí lo sensible no se capta ni se elabora por medio de signos, debe ser inmediata y directamente tratado y el cuidado de dicho tratamiento no puede confiársele a persona distinta del autor, por dos razones: por una parte porque no puede la obra ser imaginada tan precisa y exacta como para dar las directrices antes de haberla realizado; por otra, porque tales directrices no serían jamás lo suficientemente claras y adecuadas como para que su ejecución dejase de ser realmente una creación.14

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