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Es en 1897 cuando Thompson, apenas dos años después del descubrimiento de los rayos X por Roentgen, demuestra que los rayos catódicos están formados por unidades elementales de carga, a las que denomina electrones: "pequeños corpúsculos materiales que poseen la unidad elemental de carga". Ello obliga a admitir que el átomo, como unidad indivisible de materia anteriormente hipotetizada, debe poseer cierta estructura interna: si existen electrones sueltos o libres, han de proceder de los átomos. Thompson elabora, por ello, un primer modelo del átomo integrado por una esfera de electrones embebidos en un fluido de materia positiva que compense la carga de aquéllos: una especie de 'plum-cake' (pudín de ciruelas) de electrones, uniformemente incrustados como pasas en la esfera de carga positiva del resto del átomo (Fig. 1.1).


Figura 1.1 Modelo atómico de Thompson.

Pero un año antes (1896) Becquerel, a fin de comprobar (por pésimo consejo de Poincaré, por otro lado un gran físico) si la fluorescencia estaba relacionada con los rayos X, exponía al sol minerales supuestamente fluorescentes y los colocaba luego sobre una placa fotográfica para ver si la impresionaban. Apareció nublado dos días en París y guardó en un cajón alguno de los minerales, junto a un lote de películas. Cuando fue a utilizarlas se sorprendió de que, sin haberles dado el sol en absoluto, las placas se habían ennegrecido. El mineral en cuestión era la pechblenda, una sal de uranio, y Becquerel había descubierto, de forma absolutamente fortuita, la radiactividad.

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