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Como un demiurgo, el periodista puede inventar la realidad con una cuota de drama, de ficción, de engaño. En funciones más laicas, el periodista es el médico que analiza, disecciona y diagnostica a la sociedad a partir de unos pocos síntomas e inocula vacunas contra las ideas equivocadas. O investiga, interroga, busca evidencias y denuncia como abogado o fiscal, aunque no del Poder Judicial sino de ese cuarto poder que es metáfora del control que ejerce sobre los otros tres. Actúa como soldado cuando ataca o se defiende del adversario, o cuando combate las mentiras y sale en defensa de la libertad de expresión de la sociedad toda (que también, por metonimia, se ve en peligro cuando es amenazada la libertad de expresión de un periodista).

La diversidad de funciones y tareas que adopta el periodismo se evidencia en el hecho de que la palabra que lo designa no parece completa sin un complemento, como si “periodista” no fuera en sí mismo un significante elocuente. Periodismo deportivo, cultural, político, científico, ciudadano, social, indígena, ambiental, en función de qué se ocupa. Periodismo literario, objetivo, empírico, satírico, infográfico, de acuerdo a las formas que elige para contar. Periodismo gráfico, escrito, radial, audiovisual, y ahora digital, móvil, transmedia, a partir de los medios en que se ejerce. O bien se apoya en el “de”, como hacían las mujeres casadas anexando el apellido del esposo antes de la revolución feminista: periodismo de investigación, de guerra, de calidad, de datos, de espectáculos, de precisión, de marca, del corazón, de soluciones. Periodismo eternamente mutante, porque siempre es el periodismo y sus circunstancias.

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