Читать книгу Maternidad Azul. Vivir con un hijo en las estrellas онлайн

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Tenía mucho frío. Llevaba varios días con una sensación extraña, indescriptible. Fui al baño y miré mis piernas: estaban muy hinchadas. Sabía que necesitaba energía, pero no podía comer. Noté como de a poco se nublaba mi capacidad de pensar con claridad y comencé a sangrar. Estaba almorzando con mis papás y hermanos, quienes decidieron llevarme a urgencias porque algo no estaba bien.

Llegué al lugar que era mi hogar, donde conocía a todos, rodeada de cariño, respeto y profesionalismo. Todos los detalles que se cuidaron, el cariño que sentí en todas las miradas con las que me encontré ese día, aliviaron muchísimo el miedo que tuve y el dolor físico que me acompañó, el que no se fue pese a todas las medidas de confort que probé. Sostener la mano de alguien que sufre no te hace menos profesional, todo lo contrario, suma en cualquier dirección que lo mires.

Estaba en una camilla con contracciones, que cada vez venían más intensas y frecuentes. En mi cabeza de matrona pensaba “son 24 semanas, si nace no va a sobrevivir, hay que aguantarlo un poquito más”. Hasta ese momento aún pensaba que algo de control me quedaba. Llegó el médico de turno y me tomó la mano sentándose a mi lado en la camilla, lo que fue un lindo gesto. Me preguntó luego de ver mis exámenes: “¿Tu bebé es hombre?”.

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