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La representación política de la sociedad que se renueva cada tres años en la Cámara de Diputados –a diferencia del Senado, que se elige cada sexenio y que expresa el pacto federal– ha reflejado durante dos décadas una vasta pluralidad (cuadro 3). A lo largo de ocho elecciones la ciudadanía ha sido reacia a entregar la facultad de aprobar leyes a un partido político en solitario.


A la vez, se aprecian altos índices de alternancia en los triunfos distritales de diputados (cuadro 4), lo que confirma que el sistema de partidos y la representación política no son una fotografía inmutable, sino que, por el contrario, los ciudadanos de manera continua cambian el sentido de su sufragio, dan oportunidades a fuerzas políticas distintas y emiten un creciente voto de castigo.


El triunfo de López Obrador en las elecciones presidenciales de 2018, con más de la mitad de los votos, no se tradujo en un apoyo de igual magnitud en la elección del Congreso. El cuadro 5 muestra que Morena recibió 37.25% de los votos para la Cámara de Diputados y 37.50% para el Senado, y que sumando al PT y al Partido Encuentro Social (PES), la coalición Juntos Haremos Historia alcanzó el 43.58 y el 43.65% de los votos en las cámaras baja y alta, respectivamente. Así, hubo 5 575 212 ciudadanos que votaron por López Obrador pero no por su coalición a la Cámara de Diputados, y lo mismo ocurrió con 5 366 906 electores del candidato presidencial que no votaron por los candidatos al Senado. Mientras el presidente obtuvo el 53% de los votos, su coalición no superó el 44% de los sufragios para el Congreso, lo que muestra un electorado que sabe votar diferenciadamente y crear contrapesos, incluso para el presidente de su preferencia.


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