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Mármol era fina, educada y trataba con alto respeto a quien hablara con ella. Pero sobre todo era maestra del arte de la escucha, pues prestaba plena atención sin juicio alguno a los delirantes monólogos de Piedra:
–Si fuera más pequeña, me podría llevar volando un pájaro... y si me crecieran alas de repente podría llegar alto, muy alto, y allá arriba podría saltar de nube en nube, de estrella en estrella, ¡llegar al Sol!
Mármol le fue mostrando a Piedra el proceso por el cual pasaban las lajas para ser pulidas. Conocer la vida de la cantera la inspiró para trabajar en sí misma.
Piedra comenzó a limarse ella sola. Se frotó contra el piso, fue haciendo este ejercicio todos los días, de una forma disciplinada y constante.
Un día se dio cuenta de que estaba cada vez más lisa y redonda; no sólo eso, notó que poseía cierto brillo, sus partículas de carbonato de calcio reflejaban destellos con el sol. Después de tanto pulirse, Piedra estaba cambiada; llegó a un grado de redondez perfecta que hasta su amiga quedó sorprendida.