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Piedra supo que su lugar se encontraría bajo tierra, en el rudus o en el nucleus, es decir, ni siquiera le tocaría estar en la superficie del camino, lo cual la puso aún más inquieta. Así nunca más volvería a ver el cielo. Para ella, este cargo significaba el fin, aunque para otros fuera el inicio de su vida.
Llegando a la sede las bajaron del carro. Piedra aprovechó el momento y saltó con todas sus fuerzas a un lado. Para su suerte, cayó en una zanja en un extremo del camino: era el sistema de drenaje. Ninguno de los esclavos de la construcción se percató de dicha hazaña.
Entonces rodó sin volver atrás. Fue entonces cuando esta piedra común, que no era ni diamante ni esmeralda ni cuarzo ni rubí, sino una piedra gris igual a muchas otras, siguió el camino que su corazón le dictó para perseguir su anhelo de tocar el firmamento.
II
Pasaron muchos días de rodar y rodar hasta que Piedra llegó a una cantera de mármol blanco. Quedó asombrada por la belleza de esas rocas. Pronto supo que estos gigantes albos eran utilizados para la construcción de importantes monumentos, esculturas y objetos decorativos. Tímidamente se acercó a una laja de mármol y pronto forjó una amistad. La pálida y enorme roca era elegante y bella, noble y lisa, tranquila y suave. Le contó a Piedra sobre sus ancestros, quienes formaban parte de columnas y panteones; sobre cómo los llevaban por mar desde el puerto de Luni, por eso los llamaban mármol lunense. A otros mármoles se los apropiaban arquitectos y escultores que venían desde muy lejos a seleccionar personalmente sus piezas. De su conversación, Piedra siempre aprendía algo nuevo.