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Milagrosamente no se rompió en más pedazos, sino solamente en dos, quedando de un lado él cáliz con el tallo y del otro la base.

«No es justo», pensó. Ella no quería terminar así.

¿Qué podía hacer?

Rota por la mitad, miró a su alrededor, vio al artista y el retrato manchado en el piso. Hizo su máximo esfuerzo para acercarse a su base, pero su base rodó por el piso sin voluntad. Copa se puso boca abajo, frente al artista. Éste abrió los ojos, entendió la idea.

El mesero llegó con trapo, escoba y recogedor. Limpió el piso. Al barrer, dio un paso hacia atrás y quebró la base de la copa con su duro zapato. Copa estaba a punto de irse al recogedor, pero le habló al bohemio: «¡Llévame contigo!». La mano del artista impidió que el mesero metiera a la copa rota en el recogedor y la tomó. «Me quedo con ella» explicó al mesero, quien dijo: «Pero señor… le puedo dar una nueva, no se vaya a cortar».

«Quiero ésta».

El destino de Copa estaba cambiando, su misión de vida cobraba forma. Había vivido una experiencia extraordinaria y no estaba dispuesta a perderla tan pronto. Quiso seguir siendo voz, gloria, murmullo, color, eco y luz. Entonces su deseo acomodó la realidad para que ese accidente, en vez de ser el final de su camino, fuera el principio. Aunque por otro lado, sus clásicos pensamientos catastróficos la perturbaban: ¿qué iba a ser de ella ahora, que ya ni era copa, ni era nada más? Había perdido su base, y una copa sin base es inútil. Su mente estaba agitada y comenzó a dar vueltas y vueltas sobre su futuro. Imaginó quedar inválida en algún cajón de triques viejos del artista. Sería una discapacitada por el resto de sus días. ¿Qué otra cosa mala podría pasarle? La invadió una ansiedad negra, vertiginosa, pero entonces el artista la sacó entre sus manos de la cantina.

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