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El artista humedeció el índice en el vino y, con su yema, recorrió con una ligera presión el borde de Copa, que comenzó a vibrar. Él continuó el movimiento hasta que ella emitió un sonido agudo, extraordinario. Copa estaba en éxtasis, era la experiencia más inquietante y nueva que había vivido. Se convirtió en un destello musical azul, dorado, se integró sublimemente en el aire; su frecuencia se elevó, pasó a formar parte de la dimensión sonora, estaba viviendo una experiencia trascendente, fuera de sí, aunque sin dejar su cuerpo material.

De pronto, una mujer que caminaba tambaleante irrumpió el momento cuando tropezó y cayó sobre el artista, derramó su bebida sobre el dibujo y tiró a Copa hasta el piso.

Copa no lo podía creer, había pasado algo bello en su vida y tristemente terminaba tan pronto… Al mirar la catástrofe creyó que este accidente marcaría el final de sus días. Se imaginó siendo lanzada al basurero, destrozada en una montaña de desperdicios. Copa lloró, no por el dolor físico, sino por el terrible final que creía que le esperaba.

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