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Atrapasueños estaba entusiasmado, quieto como piedra, rezó para que el gato se quedara dormido. El felino se acurrucó y concilió lentamente el sueño. Para su regocijo, pudo atrapar un hermoso sueño gatuno.

Por el vidrio horadado fueron entrando diversos animales que se instalaron en la casa abandonada: un cerdo, unas moscas, una jirafa, un cocodrilo y hasta un elefante.

Atrapasaueños estaba eufórico y no se daba abasto con tantos sueños por depurar. Fue cuando volvió a ser estrella y mar; fantasma y luz; árbol y reloj; arcoíris y nota musical, y cualquier imagen que sólo en los sueños se puede encontrar.

Un estruendo lo despertó. Atrapasueños se había quedado dormido. Miró a su alrededor. No había vidrio roto, ni gato, ni moscas, ni cerdo, ni jirafa, ni cocodrilo, ni elefante.

Él seguía lleno de polvo, todo estaba igual e inamovible.

«¿Qué habrá pasado?», se preguntó. Después de meditarlo, entendió que se había quedado dormido y todo había sido un sueño propio.

Un atrapasueños jamás duerme; lo aprendió desde pequeño. ¡Qué hubieran dicho su madre o sus maestros! A él lo educaron para estar siempre despierto y atento para atrapar sueños en cualquier momento: «No dejes que se te vaya un sueño nunca. Si quieres tener éxito, no te duermas jamás», le decían.

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