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III

La vieja copa de bar se ha transformado: ahora es una campana de cristal. Reposa boca abajo en una tela aterciopelada. Tiene un badajo de vidrio que cuelga de una delicada cadena dorada.

El artista la toma suavemente de lo que antes era su tallo, pero ahora es su asa y la hace producir un sonido agudo, evocando lo celestial, la mueve una y otra vez al ritmo sincopado que toca un grupo de músicos.

Copa terminó siendo un instrumento musical. Ella había realizado su sueño a través de aquel hombre sensible, aquel loco que la escuchó, aquel músico con un oído extraordinario.

El hombre y Copa trabajaron juntos para tal transformación. Ella pudo definir su tono en la escala de los sonidos dado su espesor y diámetro. Con ayuda de él, ella descubrió su valor y su capacidad encubierta. Trabajaron minuciosamente para convertirla en una campana. Dentro de la clasificación de instrumentos, ocupó su lugar entre los idiófonos, un subgrupo de las percusiones.

En su nueva familia se encontró con sus pares. Conoció múltiples colegas: cuerdas, vientos, percusiones. Sus voces se combinaron en mil ambientes musicales. Crearon nuevas historias asombrosas; tocaron lejanos paisajes deslumbrantes. Su delicada sonoridad llegó a miles de almas en forma de música. Su realización última se había cumplido; se sentía plena y asombrada de su potencial desplegado.

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