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Por otra parte, la capacidad de los agentes económicos para enfrentarse a la adversidad sobrevenida no era mala en los momentos iniciales. A diferencia de lo que ocurría en 2008, la economía española en su conjunto y el sector privado, en particular, se encontraban bastante equilibrados financieramente antes del estallido de la emergencia sanitaria. El endeudamiento de las familias y las empresas se había reducido intensamente y se hallaba ya por debajo de la media europea. Los bancos habían avanzado mucho en su proceso de saneamiento. Y con una economía muy internacionalizada, el sector exterior se mantenía en superávit desde finales de 2012, consiguiendo las empresas españolas exportar, en proporción al PIB, más que las francesas, italianas o británicas. Una buena muestra de la capacidad de reacción de la economía y la sociedad españolas, sobreponiéndose a una crisis tan aguda como fue la que se inició al final de 2008.
Sin embargo, algunos rasgos estructurales ofrecían flancos débiles ante una crisis como la inducida por la pandemia. Entre ellos, la composición del tejido productivo, la alta proporción de autónomos y microempresas y la elevada temporalidad en el mercado de trabajo. Tres flancos muy vulnerables.