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Tradicionalmente, los cuidados han sido considerados una práctica privada donde la familia (y la mujer) ha asumido el rol principal en su provisión. Cuando a finales de 1990 se incluyó la dependencia en términos de categoría social, se hizo nombrable y público lo que, hasta entonces, se encontraba reprimido y se reservaba a la esfera de lo privado (la familia); en un contexto sociodemográfico, económico y cultural en el que los cuidados se subjetivan como una carga para las familias (cambios de modelos familiares) y para los regímenes de bienestar (presión fiscal y crisis del modelo).
En el trabajo social y político de nombrar la dependencia, la demografía, los comités de expertos y otros grupos de presión han jugado un papel fundamental, posibilitando una definición consensuada de la dependencia (basada en datos, cifras y tendencias) y la estandarización de las necesidades de aquellas personas que forman el grupo de dependientes como son los Grados de dependencia.
En el trabajo de visibilización de la dependencia resulta especialmente relevante la actividad gerontológica. La disciplina gerontológica se consolida a partir de mediados del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, con la creación de la mayor parte de las asociaciones de Gerontología, comenzando con la norteamericana en 1945. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología se funda en 1948 (Rojas; Silveira y Martínez, 2014).