Читать книгу Lecciones sobre economía mundial. Introducción al desarrollo y a las relaciones económicas internacionales онлайн

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Sobrenadando todos estos cambios estructurales de la economía mundial se distingue otro más, que marca, sin duda, la historia del siglo XX: el peso y el papel creciente del Estado. Una tendencia que ha tenido sus fases, la de las últimas décadas del XX y comienzos del XXI, en franco retroceso, pero no tanto como para velar la crecida presencia del Estado en las economías modernas. Déjese a un lado, si se quiere, la experiencia de los países que siguieron la estela de la revolución bolchevique de 1917, en los que la propiedad de los medios de producción y la dirección de los asuntos económicos recaían sobre el Estado y sus jerarcas políticos. Modelo de organización económica, no se olvide, bajo el que vivió, a lo largo de cinco décadas, cerca de un tercio de la población mundial.

La evolución del resto del mundo, en particular la de los países occidentales para los que se dispone de una mayor base factual, procura un cuadro no poco impresionante a este respecto: el gasto público, que en vísperas de la Primera Guerra Mundial representaba entre el 10 y el 15% del PIB de las principales economías –y apenas una mínima fracción de él se destinaba a gastos sociales–, supone hoy, en el promedio de los países europeos occidentales, cerca de la mitad de su muy recrecido PIB (algo menos en Japón y, en particular, en Estados Unidos), y con gran peso, además, de las prestaciones sociales y los servicios colectivos. Evolución que ha sido el resultado de una marea creciente de intervención estatal, que llega hasta el decenio de 1980, a partir de su inicial expansión en los años de entreguerras y, en particular, tras la Segunda Guerra Mundial. El retraimiento posterior del Estado tuvo más que ver, sin embargo, con el «cómo» de las formas y el estilo de esa intervención –subrayándose cada vez más la importancia de un buen gobierno basado en la calidad institucional– que con el «cuánto» de una presencia presupuestaria que, en el caso de las economías más avanzadas, sostiene en ellas los gastos sociales y la provisión de servicios públicos que definen al llamado Estado de bienestar. Debiéndose anotar, con efectos seguramente no solo coyunturales, el cambio de tendencia que apunta el resurgimiento de las respuestas intervencionistas a escala internacional a partir del estallido de la crisis financiera y económica de 2008.

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