Читать книгу El sexo oculto del dinero. Formas de la dependencia femenina онлайн

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El consenso popular condensa claramente esta idea recogiendo la tradición oral, al referirse a ella como la «profesión femenina más antigua del mundo». La sociología debería por lo tanto considerarla como la «prehistoria del trabajo femenino» en el ámbito público.

El consenso académico, además, parecería avalar esta tradición oral. Los diccionarios, que son mojones referenciales, nos transmiten muy claramente cómo debe ser entendida la realidad a través de la definición de las palabras. Así, mientras la acepción de hombre público es: «aquél dedicado a funciones de gobierno y a tareas que atañen a la comunidad», la mujer pública es aquélla que ejerce la prostitución. Aún hoy, 1986, los diccionarios actualizados recogen, transmiten y perpetúan esta acepción. En un diccionario actualizado (III) se define la palabra prostitución de la siguiente manera: «Acción por la que una persona tiene relaciones sexuales con un número indeterminado de otras mediante remuneración. Existencia de lupanares y mujeres públicas.» ¿No es sorprendente que se excluya de la definición a la otra persona, la que paga para que la prostitución sea posible? ¿No resultaría también risible —si no fuera por lo dramático— que aunque en esta definición (¡de 1983!) se incluye a los dos sexos al decir «acción por la que una persona»… se insista en lo de mujer pública como sinónimo de prostituta? A partir de aquí hay muchas preguntas que quedan sin respuesta. Por ejemplo, ¿qué nombre se les da a las mujeres como Indira Gandhi, Golda Meir, Margaret Thatcher, Simone Weil, etc.? ¿Corresponde llamarlas mujeres públicas? Para contribuir a una compresión más acabada de esta compleja situación, debemos agregar que la tradición judeocristiana contribuye decididamente a enfatizar y corroborar el concepto (que se convierte en creencia y luego es perpetuado como una «verdad») de que:

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