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Según Lucas, Adán es “hijo de Dios” en un sentido más “fundacional” que cualquiera de los seres humanos que lo siguen.

¿Por qué?

Bueno, simplemente porque él es el primero de su clase, el primer ser humano, de quien saldrán todos los demás y de quien recibirán su identidad.

Adán y Eva fueron creados.

Todos los demás fueron procreados.

Así es como comienza la historia bíblica.

Adán era la cabeza de la raza humana, de quien toda la humanidad recibiría su “semejanza”. A partir de él, la “imagen” de Dios debía transmitirse de generación en generación, y crear un círculo cada vez más amplio de seres humanos con la capacidad de amar como Dios ama, y de vivir a “imagen y semejanza” de Dios. Ese era el plan divino al crear a la humanidad. Habría una sucesión de hijos e hijas que pasarían a sus descendientes la imagen de Dios. Una vez más, para que quede claro:

Dios creó a Adán y a Eva “a su imagen” (Gén. 1:27).

Y Adán “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Gén. 5:3).

¡Qué maravilloso plan!

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