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“Y pondré enemistad entre ti [Satanás] y la mujer [Eva y sus descendientes], y entre tu simiente y la simiente suya; ésta [uno de sus descendientes] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).

Fíjate bien en esto: La promesa de liberación está presentada en términos de progenie, o descendencia. Dos grupos de personas estarán en conflicto a lo largo de la historia. Un linaje espiritual surgirá de Satanás y hará guerra contra Dios y su pueblo, mientras que un linaje espiritual procedente de la mujer dará nacimiento un día a un “descendiente especial”, que derrotará a Satanás e invertirá los efectos de la Caída. Adán, “hijo de Dios”, fracasó ante la tentación en su encuentro con Satanás. Pero un nuevo Hijo nacerá de entre la raza caída, que aplastará a la serpiente en vez de rendirse ante ella. Un segundo Adán, un nuevo “hijo de Dios”, iniciará una nueva etapa de la historia humana y triunfará donde el primer Adán falló.

Vemos, entonces, que desde el principio de la historia Dios está haciendo frente al problema del pecado en términos de sucesión familiar, al prometer el nacimiento eventual de un Hijo. El Dios creador de la humanidad intenta salvarla desde su propio seno, desde nuestro propio reino genético, desde la posición estratégica de un “Hijo de Dios” que nacerá del linaje de Adán con el fin de redimir la caída de Adán.

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