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Las esposas de Jacob le dan doce hijos. Dios cambia el nombre de Jacob por el de Israel. Entonces, de manera soprendente –o no tan sorprendentemente dentro de la narración general–, los doce hijos de Jacob y todos sus descendientes son conocidos corporativamente por el nombre del pacto de su padre, Israel. Dios ahora tiene un pueblo corporativo, una nación. Más tarde, Israel emigra a Egipto y se convierte en un pueblo esclavizado. Dios finalmente envía a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud en Egipto, y –presta atención ahora– Dios le pide que le diga al Faraón algo muy específico:

“Israel es mi hijo, mi primogénito. Y yo te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva” (Éxo. 4:22, 23, JBS).

Israel, la nación, es ahora designada como el “hijo primogénito” de Dios, en singular. En este punto de la historia, el lenguaje de la progenie iniciado en Génesis 3:15 se amplía, aplicándolo a la filiación corporativa de Israel como nación. ¿En qué sentido Israel es el hijo primogénito de Dios? La respuesta es evidente cuando recordamos la promesa hecha a Abraham:

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