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Una vez más, lo que importa es la continuidad histórica de la Alianza, no el orden cronológico de nacimiento. Dios reafirma con David la promesa del pacto que hizo con Abraham, Isaac, Jacob, e Israel, de modo que David se convierte en una especie de prototipo del Mesías venidero.

Fíjate en esto.

Con el fin de transmitir la idea de sucesión, la Escritura invoca de nuevo el lenguaje de “hijo”. En el Salmo 2:1 al 7, David habla de sí mismo como habiendo sido “engendrado” como “hijo” de Dios, y al mismo tiempo evoca proféticamente la venida del Mesías, en quien debe cumplirse todo lo que Dios ha prometido al mundo a través de Israel:

“¿Por qué se amotinan las gentes,

y los pueblos piensan cosas vanas?

Los reyes de la tierra se levantan,

y príncipes conspiran

contra el Señor y contra su ungido (mesías, en hebreo) […].

Yo he puesto mi rey sobre Sión, mi Santo Monte.

Yo publicaré el decreto; el Señor me ha dicho,

‘Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy’ ”.

¿De quién habla David?

Pues, habla de sí mismo en el sentido histórico inmediato y local. David ha sido ungido rey de Israel. Pero también está hablando proféticamente del último rey de Israel, ungido como Rey universal; es decir, habla de Jesucristo. Sabemos que esto es así porque el Nuevo Testamento hace esta conexión profética (Hech. 2:25-36; 4:25-28; 13:33; Heb. 1:5).

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