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Salomón es alguien importante en esta dinastía porque su historia, a diferencia de la de su padre David, se desarrolla sin guerra. David, el hijo de Dios, expresa el deseo de construir un templo para el culto divino, pero Dios le explica que él no puede ser quien construya el Templo de Dios (2 Sam. 7).

¿Por qué?

Pues, porque David es un hombre de guerra, con las manos manchadas de sangre (1 Crón. 17; 22; 28). En el relato bíblico, el carácter de Dios es en última instancia incompatible con la guerra (Isa. 2:1-4), por lo que el constructor del Templo debe ser un hombre de paz. Ese hombre es Salomón, cuyo nombre significa paz; es decir, paz de la guerra (1 Crón. 22:9). De esta manera, al transferir la promesa del pacto de David a Salomón, Dios está proyectándose hacia el propósito más elevado que finalmente logrará por medio de Cristo. En un penúltimo sentido, Salomón es el hijo pacífico de Dios, anunciador de Jesús, el Príncipe de Paz definitivo. Él es aquel con quien Dios “establecerá el trono de su Reino sobre Israel para siempre”, sin guerra.

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