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La lógica interna del relato bíblico es coherente. Dios está actuando para rescatar a la humanidad desde el interior, desde nuestro propio reino genético, mediante un “Hijo de Dios” humano que revertirá los efectos de la caída de Adán. David es un paso más en esa sucesión de hijos.

Y ¿qué es lo siguiente que ocurre?

Lo has adivinado: llega otro hijo de Dios.


“El Dios creador de la humanidad intenta salvarla desde su propio seno, desde nuestro propio reino genético, desde la posición estratégica de un ‘Hijo de Dios’ que nacerá del linaje de Adán con el fin de redimir la caída de Adán”.

Capítulo seis

Salomón, mi hijo

A medida que la historia continúa avanzando, David tiene un hijo, a quien le da el nombre de Salomón. Fiel a la trayectoria de su plan, Dios transfiere a Salomón la posición única dentro de su filiación:

“Él edificará una Casa a mi nombre; será para mí un hijo, y yo seré para él un Padre; y afirmaré el trono de su reino sobre Israel para siempre” (1 Crón. 22:10).

Toma nota cuidadosamente del lenguaje empleado, porque reaparece en el Nuevo Testamento: “Él será mi hijo, y yo seré su Padre”. No dice: “Él es mi hijo, y yo soy su Padre”. Estos roles narrativos están siendo precisados con un propósito que tiene que ver con el Pacto. Salomón es reclutado en la posición de hijo con el fin de dar continuidad al plan del Pacto.

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