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Y ¿cómo lo hace?

Pues, exactamente como esperaríamos, ahora que estamos sintonizados con la historia: estableciendo una línea genealógica por medio de la que el niño prometido, el nuevo Hijo de Dios, pueda nacer en este mundo.

Así que, Dios llama a Abraham y a su esposa, Sara, a salir de Ur, su patria babilónica, y les promete crear una gran nación a partir de su línea genealógica, por medio de la cual todas las naciones de la Tierra serán bendecidas (Gén. 12). Dios llama a su promesa su “pacto” (Gén. 15), que es claramente una versión ampliada de la promesa dada en Génesis 3. El Pacto se presenta como la característica definitoria de la intervención divina, a medida que el plan de progenie avanza, tal como Dios prometió que haría. Así que, no nos sorprende en absoluto cuando Abraham y Sara finalmente dan a luz a Isaac y él es identificado en las Escrituras como el “hijo” de la “promesa” (Gén. 21:1-7; Gál. 4:3).

Es esencial observar que la historia comienza ahora a centrarse en una sucesión de hijos. En este punto, aparece en el relato el concepto de primogenitura, la misión especial del hijo “primogénito” (Gén. 27:9, 32; 43:33; 48:14-18). El hijo primogénito es el canal por medio del cual la promesa del Pacto será transmitida de generación en generación. Pero, y esto es especialmente importante, en un giro narrativo que enfatiza la naturaleza espiritual del plan, pronto vemos que el primogénito genético no siempre es el primogénito de la alianza.

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