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Al ser incapaz de averiguar el contenido del paquete con aquel gesto, ya no se pudo contener. Arrancó el papel y se encontró con un juego de mesa que (yo estaba segura) brindaría muchas horas de convivencia y diversión a toda nuestra familia. Sin embargo, el rostro de mi hijo reflejó su decepción cuando vio el contenido. No era lo que esperaba. Enseguida, me di cuenta de que no apreciaba el valor del regalo. Mi corazón se sintió un poco triste cuando vi que no era lo que él quería.

Entonces, hizo una pregunta inesperada:

–Mamá, papá, ¿podrían envolvérmelo de nuevo? En este momento no lo quiero. Envuélvanlo y guárdenlo junto a mi cama para otra ocasión.

Y se dio la vuelta, ansioso por averiguar si había algún otro regalo que abrir.

Esa experiencia me hizo reflexionar. ¿Así actuamos con Dios ante el precioso regalo de la Biblia?

¿Tienes un ejemplar de la Biblia, pero prefieres conservarlo cerrado, en algún sitio al alcance de la mano, aunque sin abrir, porque aparentemente hay cosas más interesantes “para jugar” por el momento? Si tu respuesta es afirmativa, tu caso no es el único. No obstante, durante los últimos años yo he abierto ese precioso regalo, y me resulta inevitable compartir contigo lo que he descubierto.

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