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La última noche que lo vio con sotana, la madre intuyó la mala elección que lo estaba trastornando. Él llegó a la casa con semblante exhausto. Vació de un sacudón la endeble mesa y, buscando la oscuridad oscura, bien del fondo, armó el altar. Parecía vigilando. Extasiado. Mientras hojeaba los libros indescifrables bajo la tenue luz de la vela consumida.

“Es noche y noche oscura. El alma busca y encuentra una ausencia, o una presencia en la que duele la ausencia, una conciencia en la que está presente el dolor: La plenitud que sustrae. El misterio no conoce llegada, sólo búsqueda: todo partida. En el silencio del hombre el Dios reza, en la oración se escucha”

Rogelia también parecía vigilante. Al hijo ya lo iba desconociendo.

Escuchó los ruidos. Lo vio flagelarse con saña y rebeldía. Con angustia de mujer dolida, iba mirando los quesitos de cabra preparados con afán, los mismos que otrora fueran la delicia del lastimero hoy, se negó a probarlos.

Basilico está de nuevo en el convento. Con el Rector Mayor se confiesa.

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