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Misterio, magia y leyendas, pueblan los Andes.
La nieve lechosa desciende en hilo de plata semejando una marca de tiza en la pizarra oscura e irregular que forman las laderas de las montañas para acompañarnos en río que corretea presuroso junto a la cinta asfáltica durante muchos kilómetros.
La noche silencia voces pero no duerme a las emociones hasta que llegamos a destino.
El sueño reparador –ya en el hotel- me devuelve la tranquilidad hasta que me despierta el jolgorio de las gaviotas que gritan la proximidad del mar inconmensurable de Viña del Mar, localidad turística totalmente alborozada con geranios, malvones y portulacas multicolores.
Felipe, el guía chileno, se presenta muy puntual. Hace la traducción de mozo, el café con piernas, las lolitas y… aclarando en todo momento que allí se “copia” el estilo norteamericano, algo que me deja dudas, pero igual me sirve para nutrir mi pequeño Larousse que intento formar. De la quinta Vergara nos enteramos que es eso, una quinta, y perteneció al fundador de la ciudad. Ciudad que este año se engalana para la celebración del cincuentenario del famoso Festival Internacional de la Canción.