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Con agradecimientos y peticiones un viajero (Señor de la Oración) eleva salmos y alabanzas con voz segura y nos invita continuamente a imitarlo.

Comprobamos que, casi todos éramos conocidos. Porque compartíamos la misma fe, o nos habíamos relacionado en una misma profesión, o nos unía las mismas afinidades en los diferentes matices de la cultura.

Somos conscientes que aportamos la “buena onda” para sacarle el jugo al viaje.

A esta hora ya los sentidos se exaltan al comprobar que los pintorescos paisajes de una “Tierra del sol y del buen vino” es la consecuencia del esfuerzo de sus pobladores que pregonan con su hacer cotidiano.

Los mendocinos son tan organizados y consecuentes en sus labores que vale la pena recordar para imitarlos.

El guía cuyano muestra sus conocimientos y contagioso buen humor.

Ahora la Cordillera nos espera y - ¡allá vamos!

La demora en la Aduana nos insume una buena dosis de paciencia.

Comenzamos a desechar lo que suponemos es “lo prohibido”. Una niña adolescente pregunta y re pregunta a su abuela si es necesario tirar esos riquísimos emparedados que forman su vianda viajera.

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