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“El sentido de pertenencia es esencial. Debemos sentir que pertenecemos a algo, a alguien, a algún lugar” (Brené Brown, 2017). Al abrir el camino a este nuevo quiebre existencial, las experiencias vividas empezaron a caer como fichas del casino. Y mientras caen, las observo. Aquí voy.

Mi ser niña

Buenos Aires. fines de Marzo de 1982. Se avecinaban aires de guerra en nuestro país. Un país que venía de sufrir durante décadas luchas internas de poder. Pero para ese entonces, la guerra era contra un otro que quería apoderarse de un territorio propio. Desde Buenos Aires, la capital, poco era lo que se sabía. Solo nos llegaban noticias que decían que se estaban reclutando jóvenes soldados quienes, orgullosos de su país, darían batalla al enemigo en las Islas Malvinas.

Soy la primera hija del matrimonio de Alicia y Carlos. Alicia se casó a los 21 veintiún con Carlos, quien para ese entonces tenía treinta y cuatro años aproximadamente. Dos años después de mi nacimiento, nació Manuel, mi hermano. Mi mamá relata que yo estaba extremadamente celosa por su llegada y que nada quería saber con la idea de tener un hermanito.

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