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Su tendencia a complacer a los demás está motivada por la idea fija de que necesita que todo el mundo lo quiera y debe luchar por ello. Usted mide su autoestima y define su identidad basándose en lo que hace para otras personas, cuyas necesidades insiste en anteponer las propias (…) Complacer a los demás está, en gran medida, motivado por miedos emocionales: miedo al rechazo, miedo al abandono, miedo al conflicto o a la confrotación, miedo a las críticas, miedo a estar sólo y miedo a la ira (…) Primero, usted utiliza su amabilidad para desviar y eludir las emociones que los otros experimentan respecto de usted – pues mientras usted se muestre amable e intente complacerlos, ¿Por qué podrá alguien enfadarse con usted, criticarlo o rechazarlo? (Dra. Harriet B. Braiker, 2012).

Viví esos años acompañada del miedo. Miedo por lo que podría pasar. Miedo a que se separaran, a que mi papá se fuera de mi casa. Me acuerdo que yo envidiaba a mi hermano, a quien parecía no afectar la situación, y podía distraerse jugando a la nintendo, o mirando televisión. Hoy reflexiono en esto: ¿cómo es que dos personas, viviendo bajo el mismo techo y siendo espectadores de las mismas escenas, reaccionemos tan distinto? Al encender la luz ontológica, puedo resumir la capacidad que tenemos los seres humanos de observar de manera distinta las mismas situaciones. De ahí, el Primer principio de la Ontología del Lenguaje: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos y cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.” (Rafael Echeverría, 2006) Mientras yo observaba cómo mi primer nido se desmoraba, él parecía ignorarlo todo, mientras de fondo se escuchan los ruidos de Mario Bross.

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