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Mi ser adulta joven
Siguiendo la línea de tiempo en mi historia personal, estudié Psicología y comencé a trabajar enseguida, haciendo una pasantia en una empresa de retail. El equipo de HR estaba conformado por siete mujeres y su líder. Yo reportaba a la Jefa de Talent y mi trabajo consistía en realizar tareas administrativas, completar formularios, e y enviar información a las tiendas. La presión de hacer las cosas bien crecía en intensidad, mientras pasaban los días. Eran siete mujeres, quienes, a los ojos de su Jefe (quien era mujer también), competían por hacer las cosas bien. En ese entonces, mi observador intuía que no era aceptado aquel que no era capaz y que cometía errores. Y fue entonces cuando, una vez por error, envié un formulario a una Tienda que no tendría que haber enviado. Mi jefa me llamó a mi celular (ese día yo no había ido a trabajar, tenía examen en la facultad) y me contó lo sucedido, marcando mi error y posibles formas de solucionarlo. Sentí mucha vergüenza, miedo, angustia. En un principio, calor en mi rostro, mi corazón latía muy fuerte, pero luego, mucho miedo por lo que pudieran pensar los demás acerca de este error. Conversaba con mi novio en ese momento y me salía decirle: -“Yo no sirvo para este trabajo. Estas mujeres son muy inteligentes. Yo no soy como ellas”. Pasaron los años, y renuncié allí, porque me ofrecieron una mejor propuesta laboral en otra empresa multinacional, en la cual trabajé catorce años. En mi último año allí, ingresó un nuevo Director de HR, cuya personalidad (según mi observador) era muy fuerte, agresiva y me desafiaba constantemente con su forma poco sutil de decirme las cosas. Yo buscaba que me aceptara, que me quisiera, dado que él, rapidamente formó su grupo de colaboradores selectos, en los cuales él confiaba. Se me viene la sensación de anhlear su protección y cuidado, o ser su preferida y su elegida, mientras que, por otro lado, temía que él no me aprobara. Tenía celos y envidia de todos aquellos a los que él elogiaba. De hecho, buscaba encontrar la manera de despretigiarlos. -“No entiendo por qué Roberto lo quiere tanto. Trabaja muy mal.” El ser dejada de lado de su equipo de gente de confianza, me aterraba, me quitaba el sueño. Me desvelaba pensando posibles conversaciones con él. Me convertí en creadora de buscar momentos para entablar confianza. Por ejemplo: había dejado de fumar hacia 5 cinco años. Roberto se tomaba unos recreos e iba a la terraza del edificio a fumar. Yo sabía que había charlas interesantes y confidenciales en sus ratos de “cigarrillo”. Así que, retomé a ese mal hábito para poder “ganármelo”. Sin lograr mi cometido, yo veía que nada de lo que hacía lograba que él me validara. Aceptaba trabajos adicionales, trabajaba excesivamente, armando presentaciones para destacarme, y siempre recibía críticas y a veces, de malas formas, agresivas, despectivas. Creo haber llegado al punto de dejar de lado mi dignidado persiguiendo el fin de ser aceptada. Un día, después de haber trabajado noches seguidas, haber dejado de lado tiempo con mis hijos, tuve una reunión en donde le presentaría el plan para el Programa de Jóvenes Profesionales. Solo recibí críticas por parte de él, diciendo que no estaba a la altura del puesto, decía, mientras elevaba su tono de voz. Y fue allí, cuando mi temor a no ser aprobada, a no ser querida, se fue por la borda. Creo que ya no había resto de dignidad. Renuncié impulsivamente, ganada por la ira contenida de tanto tiempo de esconder mis emociones. Llorando y angustiada, le dije que no podía seguir en ese puesto ni en la empresa. Él intentó retenerme, dándome nuevas oportunidades. Recitó las mil alabanzas que yo tanto había esperado. Pero ya era tarde. Al terminar de pronunciar esas palabras, brotó un alivio descomunal. Hoy creo entender la dimensión de haber marcado ese límite.